5.08.2007

who's finger?

El domingo constituyó para la historia moral mexicana un auténtico parteaguas – que, al final del día, seguramente ni lo fue tanto. Aglomerados en la plancha mayor del país, algo así como 20 mil personas, al grito de unodostrés, se encueraron cual adolescentes en naked poker, sin premura y con altiva (casi artística, dirían algunos) presteza. La consigna: convertir a la Ciudad de México en la urbe (¿ubre?) de mayor afluencia de desnudos para una de las obras del artista (él no se llama fotógrafo) Spencer Tunick. Mientras millones de madres horrorizadas observaban con cierto morbo como quince millares de penes, cinco de vaginas y otros diez de tetas se ondeaban al aire con estético orgullo, una partecita de lo que constituye el imaginario tenebroso del self mexicano se desmoronaba, y caía junto con las ropas hasta lo más “sagrado” del país. Tunick, seguramente haciendo alarde de una corrección política precisa, establecía sin mediaciones que México era un país libre; un lugar donde el cuerpo, a diferencia de Estados Unidos, sí tenía un valor estético. Marcelo Ebrard se regocijaba, mientras admitía que “México no sería la primera ciudad en prohibir un desnudo masivo”. Y eso tiene que ser libertad, ¿que no?

Por otra parte, la semana pasada, Los Ángeles fue escenario de la represión de una manifestación de migrantes mexicanos en el vecino país del norte. La agresión, perpetrada en primer lugar por los “cuerpos de elite” de la policía angelina, se realizó a la más pura usanza sesentayochoera. Los elementos policíacos están siendo consignados; sin embargo, la represalia fue sólo una muestra de lo que la situación de los migrantes es en Estados Unidos. Y no quisiera quedarme con esas versiones medio románticas de los chavitos de primaria que se enfrentan con los minutemen, ni con la idea de que “la tierra es de quien la trabaja”; mejor me voy hacia las agresiones desde los dos lados: los minutemen que sí tienen un problema de percepción, pero también quienes, tras la repetición casi mántrica de “racist”, casi parecen intentar que el tema de la migración se ubique en otros niveles de permisividad; del migrante que va por la calle de Los Ángeles llamando racista a los minutemen, a los migrantes que agraden a migrantes de segunda o tercera generación. El tema de la migración es complejo. No sólo se trata de gente huyendo de la pobreza, sino de gente que se apropia, de algún modo, de capitales de muchos tipos, para bien o para mal. En el caso de México, buena parte de la culpa la tiene un gobierno incapaz de dar solución a los problemas más básicos de la sociedad. De un gobierno que proclama “libertad de desnudos”, pero no es capaz de pensar en libertad de oportunidades o de opciones.

No estoy en contra del arte de Tunick (de hecho, me gusta), ni de los migrantes, a quienes defiendo desde el punto de vista de un mexicano que cree que la verdadera injusticia no es la discriminación allá, sino la falta de oportunidades acá. Incluso creo que el arte es siempre la antesala de la política, y, en ese sentido, está muy bien. Sin embargo, creo que un gobierno que se desentiende de los problemas más básicos para atender las causas más estéticas, tiene un problema de percepción. Y, en ese sentido, el desnudo público del domingo no sólo debería tomarse como una manifestación de libertad a secas, sino como, y al igual que el migrante que saca el finger ante un minuteman, como la protesta por una libertad activa, como veinte mil fingers en contra de lo que verdaderamente es el problema.

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